viernes, junio 29, 2012

ALCACHOFAS




Una alcachofa quedaba en el frigorífico. Había que ir  al super, pero quizás podía atrasarlo un día más, o recurrir al congelador lleno de cosas que olían a cierta química indefinible pero familiar. El hielo había traspasado hasta el envoltorio al vacío del pan… Pero, cocer al vapor una pobre alcachofa era un poco deprimente. La inspiración le llegó desde el recóndito sitio que guarda los olores, sabores y textura de las cosas que vivimos, más aún, que nos hicieron sentir vivos, únicos y queridos. Sin pensarlo cogió la alcachofa: le cortó el tronco, lo peló y , sin perder un segundo, le hincó los dientes como entonces lo había hecho. A continuación la dividió en cuatro.
Frente al poyo de la cocina comenzó a arrancar, de dos en dos, las hojas de cada gajo; con  ansia apretó los dientes en ellas hasta donde el amarillo acababa y los arrastró llevándose tras ellos la carne amarga y jugosa que las hojas le brindaban. En pocos minutos había ante ella un montón de deshechos;  revisó las hojas una a una  y siguió mordiéndolas hasta llegado a un punto donde el amargor amenazaba con estropear la divina experiencia…Su lengua empezaba a sentirla como si fuera de palo.
La alcachofa la había transportado a otro mudo. Sin pensarlo, se dirigió al espejo más cercano y sacó la legua: la tenía negra! Se la miró con gusto unos segundos y empezó a reír... como lo hacía cuando era   niña y comparaba su lengua con la de su madre...Se sintió feliz el resto del día.

viernes, junio 22, 2012

Juventud...divino tesoro.



Eran los años en que el asignado “padre spiritual” te cogía la mano – la suya suave y turbia – mientras  te susurraba que , por no tener madre, necesitabas amor… ¿Y quién te lo brindaba? Esa mano de reptil de la que te deshiciste con timidez. Te preguntó si te  masturbabas.  Ignorante de ti… le preguntaste qué era eso. El te lo quiso explicar pero, con sus primeras palabras, atravesabas ya el salón donde os encontrabais y saliste a la calle. El corazón encogido y -- como cuando eras niña -- andabas a toda prisa sin volver la cabeza en caso de que el demonio, o cualquier otro monstruo de tu imaginación infantil, te persiguiera. Unos días más tarde, en la seguridad de lo conocido, le preguntaste a tu tía el significado de “masturbarse”.  Se daba ella los últimos toques en el espejo – una de esas cenas oficiales – cuando te miró con alarma en los ojos y un gesto de extrañeza. Al día siguiente se dirigió  a la parroquia para hablar con el padre superior. Nunca volviste a ver al enfermizo y asqueroso agustino; como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Tu tía podía con todo! Ahora ya sabes que – como mucho – lo mandarían a otra parroquia; o lo ascenderían a secretario del obispo.

 Pero tú no estás libre de pecado, ¿verdad? Anda, cuenta lo que hiciste con el siguiente padre spiritual. Déjalo, yo lo haré: era joven, cautivador, podría haber sido actor de cine, pensabas. La segunda vez que te dirigías a verlo te latía el corazón en las sienes. Con un crayón te habías retocado ese incipiente lunar--- que nunca se realizó -- en la mejilla derecha. La melena reluciente y lacia te caía des-cuidadamente sobre un hombro. Era la  hora de la siesta;  tocaste el timbre de aquel fresco patio  andaluz. Lo cruzó una joven criada que se arreglaba el pelo y se tocaba las mejillas con la palma de las manos; seguro que la despertaste. Te condujo a una sala sombría rodeada de libros y una mesa oscura con sillas incómodas. Entró el padre Javier: el pelo encrestado y la cara ardiente…seguro que también lo despertaste de su dulce siesta; y todo para decirle cuatro bobadas: que si la mentira, la pereza…Ahí estabais, tú pensando si habría notado tu lunar y él maldiciéndote por haberlos sacado de la cama.  Sí, idiota, “haberlos”. Ya, ya sé, te diste cuenta cuando volvías a casa -- avergonzada y borrándote el supuesto lunar -- jurando que nunca jamás tendrías relaciones con curas; y casi lo cumpliste!

 Pero, como no hay dos sin tres, habrá que mencionar al padre Agustín: alto, moreno, de nariz aguileña y voz profunda, en sus cuarenta. Daba grandes zancadas y su hábito volaba tras él…Dirigía el coro:  allí te encontrabas porque estabas colada por Javi que no te hacía caso porque su mejor amigo, Rafa,  estaba colado por ti y a quien, por consiguiente, detestabas.
 El padre Agustín te propuso (¿sospechaba él que te atraía, o me vas a decir que era una figura paternal para ti?) que si te metías a monja te regalaría una foto suya. Sé que esto te confundió; tú creías que al ser monja se  acababan las fotos, entre otras muchas cosas. Pero, como tonta que seguías siendo, no te enterabas de lo que para tu tía era obvio: “!Lo que quiere el cura es verte en bañador, de modo que no vas a la excursión”. Tu tía -- santa mujer de Dios-- que no te dejó ver una película de dieciocho años hasta que cumpliste veinte, llevaba razón, ¿o no? ¡Claro que la llevaba!  ¿Recuerdas aquel día en la playa? Sentada estabas en la toalla pensando si entrar en el agua o no cuando viste al padre Agustín en bañador, ¿sería posible? Se te encogió el estomago. Volviste la cabeza hacia otro lado,  su  mirada rebuscaba en tu cuerpo . Plegaste las piernas hasta que tocaron tu barbilla; querías desaparecer…El pasó por delante de ti acompañado de uno de los chicos del coro que con diecisiete años tenía  barriga de uno de sesenta y una cara de bobo que cuestionaba el tamaño de su celebro…Si no te metías a monja el padre Agustín te lo tenía destinado como marido. ! Tú lo sabías! Era su castigo por estar enamorada del chico más guapo del coro.

Antes de dejar aquella querida ciudad quisiste despedirte de él; no tienes arreglo… El demonio volvía a tentar de nuevo al padre Agustín .  Lo turbaste cuando supo que te marchabas. Como recuerdo te iba a regalar un libro. Cruzó el patio, cabizbajo y con menos aire en la  sotana. Tú esperaste, esperaste largo tiempo; más del que tendrías que haber esperado… Por fin te dabas cuenta que el Padre Agustín no volvería con Los Evangelios.

   El padre Agustín no sabía cómo despedirse de ti, se le ocurrió a tu romántica y loca cabeza. Sentiste tu culpa en lo más hondo del alma, si es que tenías alma... Ahora sí, ahora sí que no volverías a tentar a otro cura.

 Sé que cumpliste tu promesa. No volviste a pisar una iglesia.



miércoles, junio 13, 2012

IBERIA 6165 TO BOSTON



He vuelto a Boston una semana antes de lo previsto. El insoportable calor madrileño me empujó a tomar esta decisión que ya se estaba cuajando: al  otro lado del Atlántico me esperaba un jardín a medio crecer, un perrillo con pocas ganas de comer, y su amo se quejaba de la falta de luz fuera y dentro de la casa. Total, vista la familia y hechas las acostumbradas compras (desodorante Legrain, Almax, ñoras, Ibuprofeno 600…) y no pudiendo recorrer las calles y el Retiro sin sudar como un pollo criollo, embarqué en el vuelo 6165 de Iberia con destino a Boston.
Pero, remordimiento y duda debía llevar yo por haber dejado España y pagado extra para hacerlo! Una vez en el aeropuerto, pasados  los puntos de chequeo, me dirigí a un  puesto de comida. Fue allí donde me di cuenta de que quizás me había precipitado en mi decisión. Mi estómago reclamaba jamón serrano, un pincho de tortilla y dudé entre una botellita de Rioja o un zumo de naranja; opté por este último por pura ñoñería. Resentí que no tuvieran natillas o flan; ni siquiera crema catalana!
En las  “duty free shops”  seguía con mis “unfulfilled needs” : una blusa blanca de tira bordá. La encontré en Desigual, y un bolso, que no necesito pero que me recordó los colores de la cerámica de mi casa. Un abanico para una amiga y camisetas y bolsas conmemorativas del esperado  “triunfo” de la selección española para mis hijos. Como al mayor no le gustan los colores chillones le compré la de la Copa del Rey, aunque no me hacía gracia: no por el Rey sino por el comportamiento de los hinchas de ambos equipos en el Calderón.
Mi avión el “María de Molina” y su capitán, Ramón Luca de Tena. Una vez sentada a la ventanilla veo que el avión de al lado es el “Concepción Arenal”. Agradable, no sólo estaba entre nombres de mujeres  españolas excepcionales sino que la sensación era la de una vuelta turística  por mi abandonado Madrid.
Ya en casa mi marido me recibe con la acostumbrada pregunta “¿Qué te han hecho?” (mientras jocosamente  me tira del pelo, me pellizca las mejillas y…) como  si volviera de un SPA en el Caribe. Todo esto me recuerda que diez días en España pueden transformarme en alguien que ya no existe…y acelero la vuelta a la de ahora.