jueves, diciembre 27, 2012

viernes, diciembre 21, 2012

Luis Fernández-Cifuentes: Javier Cercas en Boston University


El 3 de diciembre tuvimos la oportunidad de escuchar a Javier Cercas, entrevistado por Luis Fernández-Cifuentes, de la Universidad de Harvard y Marta Villar  de la Universidad de Boston. Cercas--entrañable, sencillo, acogedor-- mantuvo a un nutrido grupo atento durante casi dos horas. Excelente conversador, como más abajo nos dice Fernández-Cifuentes : “la agudeza, la naturalidad, la amenidad, el humor y tantas otras formas de seducción verbal caracterizan la oralidad espontánea de Cercas en un grado poco común.”
Y poco común fue que el encuentro se prolongara más de lo acostumbrado y algunas preguntas quedaran en el aire, y también sus respuestas.
Le agradezco a Luis esta riquísima crónica que ha escrito para el blog. Con ella, con Luis, con Cercas acabamos el año vestidos de gala. 


foto de Luis Fernández-Cifuentes



Algún día, me imagino, se publicará un Cercas oral, y el parentesco de ese título con el de Borges oral (1979) no dejará de halagar a Javier Cercas (1962-), que ha reconocido repetidamente en Jorge Luis Borges (junto a Cervantes y Kafka) al mayor de sus maestros. Es muy posible, sin embargo, que Cercas oral recoja menos sus lecciones públicas que algunas de sus entrevistas o diálogos más o menos informales, como el que tuvo lugar en Boston University el pasado 3 de diciembre ante un público de lectores ilustrados y fervorosos de Javier Cercas. Y es que la agudeza, la naturalidad, la amenidad, el humor y tantas otras formas de seducción verbal caracterizan la oralidad espontánea de Cercas en un grado poco común. De hecho, ya existe entre sus obras–me atrevería a decir, entre sus mejores obras–una muestra de la distinción de Cercas como interlocutor: Diálogos de Salamina (2003), transcripción de largas conversaciones con David Trueba sobre la más conocida de sus novelas, la película del mismo título, y el fascinante proceso de transformación de la una en la otra.
Mucho más que Diálogos de Salamina, los diálogos de BU estuvieron en buena parte dedicados, precisamente, a la genealogía literaria de Cercas, porque, como ya había escrito en El móvil (1987), "lo esencial es crearse una sólida genealogía, lo esencial es tener padres". Ahora reitera: "lo hacemos todo por imitación", al menos hasta que "con mucho tiempo y mucho trabajo puedes desarrollar una personalidad propia". Imitación, ¿de qué o de quién? Quizá la mayor constante del diálogo–o la más valiente–fué una demarcación radical: fuera de Cervantes y su Quijote–"la mejor novela de la historia... todos venimos de ahí"–no hay un sólo autor español que Cercas quiera incluir en el registro de sus predecesores. Advierte elegantemente que cualquier escritor tiene dos riendas en la mano: la de la tradición propia y la de la tradición universal; pero resulta evidente que, en su caso, una de esas tradiciones es mucho menos indispensable que la otra. Por ejemplo, escritores españoles de éxito y aproximadamente de su misma generación, como Andrés Trapiello (1955-) o Antonio Muñoz Molina (1956-), han invocado a Baroja, Galdós o Valle-Inclán entre los pilares de su formación. Cercas, que ha leído en su momento a esos maestros y los menciona (escasamente) en algún ensayo con educado respeto, no tiene, sin embargo, reparo alguno en desplazarlos de su olimpo literario, a favor de eminencias forasteras: si bien la prosa de Azorín le interesa más que la de Baroja, "no creo que ninguno de los escritores españoles de ese momento estén a la altura de los grandes novelistas de fuera"; desde luego, "Galdós no es Flaubert ni Clarín es Balzac". Los prosistas españoles de generaciones posteriores tampoco están a la altura de los numerosos escritores hispanoamericanos que pueblan profusamente su genealogía: Vargas Llosa, García Márquez, Rulfo, Bioy Casares, Cortázar, Cabrera Infante y, sobre todo, de nuevo, Borges, por más que sea (o precisamente por ser) el más inimitable: "Tardé mucho tiempo en hacerme escritor por culpa de Borges...". Junto a ellos, Faulkner y Kafka, Hemingway y John Irving, Oscar Wilde y W.H Auden (los ensayos)... Claro está que los predecesores no son un mero objeto de culto, a menos que sea una forma de culto "abrirlos en canal, arrancarles las entrañas", triturarlos, de manera que uno pueda devorarlos y asimilarlos: entiende Cercas que no hay otra forma de curarase–"estaba enfermo de Borges y Kafka", había escrito en Relatos reales (2000)–o de superar la dependencia de los predecesores; es decir, no hay otra forma de conciliar su magisterio con la autonomía de la propia creación.
Otros leit-motifs de Cercas, que aparecen reiteradamente en sus colecciones de ensayos– Una buena temporada (1998), La verdad de Agamenón (2006)–, se abrieron paso aquí y allá en el curso de nuestro diálogo. Dos, sobre todo. Primero, y de forma algo más concisa, el tema del héroe. Cercas había notado ya, en Diálogos de Salamina, la abrumadora presencia del mal en la literatura contemporánea, y había emprendido una vindicación literaria del bien: "Eso es lo natural, comportarnos como las bestias y lanzarnos a la yugular del otro. Lo misterioso es la bondad". Esa bondad sería el atributo o la "virtud" del héroe. En el diálogo de BU, Cercas aludió a una reciente encuesta de Le Monde sobre la palabra más importante para un escritor y resumió así su respuesta: "La palabra más importante para mí es «no». Los héroes de mis libros son aquellos que dicen «no». Miralles [en Soldados de Salamina], los tres de Anatomía de un instante [Suárez, Carrillo y Sánchez Mellado]. Rodney Falk [excombatiente de Vietnan que protagoniza La velocidad de la luz (2005)], en cambio, dice «sí» en un momento determinado...", y ese «sí» arruinará su vida. En un "instante" irrevocable de la vida del héroe, el que dice «no» "se salva" y el que dice «sí» "se condena". Seguramente por eso–confiesa Cercas–La velocidad de la luz es una novela "que a mí me incomoda mucho": por eso, y por "una secta de fanáticos peligrosos" que la novela parece haber engendrado entre sus innumerables lectores.
Segundo, y de forma más pormenorizada, Cercas expuso en varios momentos del diálogo de BU los hitos de su evolución personal: desde su experiencia juvenil en la Universidad de Illinois (Urbana)–entre personas que luego fueron personajes de sus novelas El inquilino (1989-2000) y La velocidad de la luz; entre los nueve millones de libros de la biblioteca, donde el acceso directo a los anaqueles te permite descubrir que el libro que realmente buscas puede no ser el que buscas sino justamente el libro de al lado–hasta su experiencia más reciente de cronista de prensa o escritor de Relatos reales, como titula una de sus compilaciones (2000). "Porque yo era un escritor de gabinete", explica ahora, "hasta que salí a la calle, tomé notas..." Fue posiblemente el único momento del diálogo de BU en que Cercas reconoció de algún modo como propia la tradición española de escritores de prensa y su "gran prosa": Ortega, Unamuno, Baroja, Azorín y, más que nadie, Larra. Con todo, se diría que la evolución de su carrera literaria tiene más que ver con el éxito–el de Soldados de Salamina, en especial–que con ningún otro episodio de su vida profesional. En una conversación de sobremesa, Cercas ya había observado que su trayectoria personal le parecía dividida en un "antes" de Soldados de Salamina y un "después" de Soldados de Salamina. En el diálogo de BU completó esa observación (o así me lo parece) con esta otra: "he crecido burlándome de los escritores de la generación anterior, que eran los escritores comprometidos"; pero luego, "por extrañas vías,"–quizá por el tipo de autoridad y responsabilidad que el común de los lectores confiere al escritor de éxito o espera de él–"me he convertido en un escritor político, comprometido..." En La verdad de Agamenón había puntualizado ya su "compromiso social y político" y había concluido que acaso la forma más sensata de leer los libros es "como si fueran manuales de autoayuda". En Una buena temporada lo había formulado de este modo: "Sin duda, la materia prima de la escritura es la experiencia moral del escritor". Es decir–concede en el diálogo de BU–que "la literatura no es meramente un juego"; que la literatura debe "contribuir a que las cosas no vayan tan mal. Ahora me veo haciendo esa figura [del intelectual] de la que me he reído... Al final me he responsabilizado".

Luis Fernández-Cifuentes




jueves, diciembre 20, 2012

De vuelta a Antagonía…


He leído esta reseña de Antagonía, de Luis Goytisolo, en el Times Literary Supplement de la última semana  y la voy a dejar aquí para que disfruten de ella… Espero que encuentren tiempo para  pasar por una experiencia parecida a la que nos comunica en su texto Michel Kerrigan, a quien cito:

Leer Antagonia es, en el mundo real, casi imposible, requiere un gran compromiso intelectual, para no hablar de un mes o más  sin hacer otra cosa. Pero las recompensas son enormes: es esta  una catedral gótica de novela infinitamente estimulante, un mundo donde el lector puede perderse: sorprendido conmovido, divertido y perplejo durante semanas enteras”. ME





lunes, diciembre 17, 2012

Newtown, Connecticut. Todos culpables.


A ver lo que puedo decir del concierto de Leonard Cohen en Boston, antes de que se me olvide. Un trágico acontecimiento, muy cerca de donde vivimos, me ha traído a la realidad. En Connecticut, un “desquiciado” acabó con la vida de veinte niños y seis maestras. Me gustaría  bloquear este incidente, pero no puedo. Ocurren con demasiada frecuencia en este país; algo anda mal, muy mal, y sospecho lo que es: la soledad e indiferencia crea monstruos a los que proveemos con armas militares en el campo de batalla y en  la intimidad del hogar. ¿Cómo evitar esto? Todos somos culpables.