martes, septiembre 28, 2010

Boston-Chicago-Nashville: Ida y vuelta


Efectivamente, queridos, me sorprendí volando sobre la plana e inalcanzable ciudad de Chicago de camino a Nashville. Lo decidí a última hora gracias a mis dos primas que pusieron mis prioridades en orden. Qué lujo tener a alguien que sea capaz de ver por ti cuando te empeñas en llevar gafas de sol en un día nublado. Pero era complicado este viaje.
Bien podría haber ido a Madrid en vez de a Nashville. Esto puede que sorprenda a aquellos que usan el lugar común de "los americanos...". Lo explicare: cuando voy a España compro el billete con meses de antelación, con lo cual me cuesta la mitad. El vuelo es directo desde Boston y dura 7 horas. Para ir a Nashville - como a cientos de sitios de este país - el vuelo me costó poco menos que mis vuelos económicos a Madrid y duró casi tanto como estos últimos. Cinco horas para ir y seis para volver. Imitando a Regan, después de su viaje a Sudamérica: no se pueden imaginar ustedes la cantidad de gente diferente que vivimos por aquí y las distancias enormes que nos separan!

Mereció la pena? Sabía que pasara lo que pasase la merecería. Llegué el sábado y fui directamente a la galería: de cuatro a seis y media "Reception with the artist". Ni el artista o la familia sabían que iba...La primera en verme fue una de sus hijas y observé que, sorprendida, buscaba en las alturas a alguien más. Cuando le aclaré que sus padres no sabían que venía - los quería sorprender - me siguió a donde Enrique ya estaba rodeado de otros amigos. Landi me dijo "quiero ver su cara cuando te vea". Pensé que Enrique se imaginaba que no faltaría a la cita: es muy expresivo y divertido y cuando habla en broma lo hace a la manera de los mimos. Me coloqué detrás del grupo, sonriente, como la niña que acaba de hacer algo bien y la van a premiar. Casi simultáneamente levantó la mirada, abrió los brazos y dio un paso hacia atrás como si hubiera perdido el equilibrio. Pensé en el Enrique actor; pero desistí cuando vi que había palidecido. Al día siguiente, de camino al aeropuerto, me dijo que cuando me vio pensó que era una aparición. Lo creí.


John era el único que sabía que iba. Es casi imposible que él y Megan tengan libre los fines de semana. Tenía que asegurarme que sabían que iba a estar en Nashville...hacia más de diez años que no veía a John. No conocía a Megan, se casaron hace poco.


Lo cierto es necesitaba ver a mis queridos Bettye y Enrique, ahora y ya! También a John; asegurarme que después de tantos años - y todo lo sufrido por él - seguía siendo el mismo en lo esencial. Así es. Megan, desconocida para mí hasta ahora, pasa a ser una entrañable persona que podría ser mi hija pero que a sus veintitrés añitos muestra señales de un ser sensible a las necesidades de otros...algo muy propio de las madres.


Tuve la suerte de sorprender a otros amigos que ya suponía que asistirían al acontecimiento y me quedé con la pena de no ver a los que estaban fuera o lejos de Nashville. La ciudad me brindó recuerdos llenos de nostalgia que me hicieron pensar que podría volver a vivir allí, si no fuera porque Madrid siempre se interpone y me recuerda 'que me espera' con más paciencia que yo a ella.


Eso sí, cargué todo el viaje de vuelta con el cuadro que encabeza esta entrada. Para mí uno de los mejores, aunque cuando llegué a la galería ya se habían vendido más de la mitad de los expuestos; pero me esperaba el que más me gustaba. Afortunada que soy...


A punto de cerrar la galería me di cuenta que quería sacar fotos. Lo hice atolondradamente e interrumpida una y otra vez por la conversación con los amigos. Estas fotos no son representativas de la exposición. Prometen mandarme otras que añadiré a esta selección mínima.



LINKS:

BENNETT GALLERIES

ENRIQUE PUPO-WALKER

JOHN BOHLINGER

domingo, septiembre 19, 2010

Gazpacho in a Rockaway Bungalow



Me llama mi hijo: "How are you doing, mom? ".
No me da tiempo a contestar.
"¿Me puedes decir los ingredientes del gazpacho? He perdido la receta y estos [su novia con los padres] llegan en veinte minutos!"
Noto la urgencia en la claridad con que me habla; quiere evitar el acostumbrado "what did you say?" de nuestras conversaciones telefónicas.

Empezamos con los tomates. El quiere usar tomates naturales; yo le digo que de lata. En este país no existen tomates frescos con sabor a tomate. Insiste en que sus tomates son buenos, rojos y pequeñitos. Desiste cuando le explico que los tiene que pelar... Tiene sólo 15 minutos. El pinche está preparado: ajos, cebolla, pepino, pimientos verdes. Contesta a mis preguntas apresurado y me pide que me quede al teléfono mientras lo hace. Cómo no, ¡tengo pocas ocasiones de dar órdenes!
Ahora el problema son los ajos. No nos entendemos: dice que los dientes son del tamaño de una nuez. ¿De una nuez? Quedamos que es la cabeza la que tiene el tamaño de una nuez y los dientes son como "the end of my thumb". Pues estamos arreglados, ¿cómo es posible? mi hijo tiene un respetable dedo gordo, casi como el mío, pero no hay tiempo que perder: cuatro o cinco dientes, calculo yo. A él le parecen muchos y esto me hace pensar que no es la cabeza sino el diente lo que tiene el tamaño de una nuez ... Venga, el chico se impacienta: hay que empezar con el triturado de los ajos, cebolla, pepino y pimiento. Por lo bajín oigo un shit. Me comunica que en la trituradora ya están los tomates, se le oye angustiado. ¡Los hombres se ahogan en una lata de tomates! "Hijo, ¡ponlos en un cazo!" Le parece una idea brillante y se tranquiliza. Encantada y divertida oigo el ruido de los cacharros, el ir y venir, el abrir y cerrar del frigo...vaya, el orgullo de madre, digo yo.

La cantidad de pepino presenta otros problemillas. "¿Cómo es de grande?" le pregunto. "¡Jo! ---responde--- En la vida he visto un pepino tan grande". Se me ocurren varios chistes pero no lo quiero escandalizar; ya saben, una madre no debe entender de esas cosas. El gazpacho; eso sí. En vez del chiste le recuerdo que le he dicho muchas veces que los pepinos si más pequeños mejor; los grandes sólo tienen pepitas. Me interrumpe y me dice que ya las ha quitado. ¿De dónde habrá sacado este chico tal destreza culinaria? No en casa. Ahora estamos en "cuánto pepino poner al gazpacho." Yo creo que tres cuartos, pero él decide que la mitad o menos, con lo cual me quedo pensando si en vez de un pepino habrá comprado un melón.

Murmura por lo bajo con un taco de por medio; yo lo intento calmar. Sigue mis instrucciones del aliño y antes que se lo diga el ruido de los cubitos de hielo me indica que el gazpacho está a punto. Ahora se apresura para limpiar la cocina (no le ha de llevar tiempo, es del tamaño de un armario), preocupado porque huele mucho a ajo y agradecido por la ayuda, cuelga.

¡Wow, qué par de cocineros! Hemos hecho un gazpacho a distancia en seis minutos! El teléfono interrumpe este momento de verdadera satisfacción ¿Qué pasa, Dan? Me contesta el trasiego de su andar, puertas, tráfico en la calle...Vaya, una de esas veces en que el fantasma del teléfono de mi hijo me llama y él ni se entera. Grito varias veces a todo pulmón ¡Daaanyyy! No aprendo, esto nunca funciona, pero otra vez !Dannn! Mis perrillos - hasta el sordito - se incorporan de su modorra y me miran con gran preocupación. Dejo de gritar, cuelgo, y ahora me toca tranquilizarlos a ellos.

El teléfono volvió a sonar dos veces más y dos veces volví a colgar.
¿ Quizás se me echaba de menos allí? Qué tierno, aunque fuera el I-Phone el que llamaba.


jueves, septiembre 16, 2010

ENRIQUE PUPO- WALKER EXHIBITS IN NASHVILLE


***
Enrique presents in this exhibit 40 pieces at the Bennett Galleries. Forty percent of all proceeds will be donated to the Children's Hospital of Vanderbilt University for art materials for the kids. I hope all of my friends in Nashville and in the South will take a look at his wonderful acrylics, oils and watercolors. I would love to be there, as before, but that doesn't seem possible right now.

For those of you who aren't familiar with the artist's work, here is some more of it.
Click here:
http://chiquitin52.blogspot.com/2009/01/con-enrique-pupo-walker.html
Suerte, Enrique!









domingo, septiembre 12, 2010

Mujer y Género en la Universidad de Puerto Rico

De una colega de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, llega una noticia desconsoladora para muchos. Las autoridades universitarias han decidido que no pueden seguir costeando los dos cursos al semestre que ofrece el Programa de Estudios de la Mujer y el Género, fundado hace una década.

¿Será verdad que la Universidad de Puerto Rico no pueda costear cuatro cursos al año dedicados a explorar las cuestiones de género? Cuando se fundó el programa, se afirmó que esa secuencia integrada de 15 créditos constituía “un valor añadido al bachillerato.” ¡Un valor añadido! A los decanos les encanta el concepto de la interdisciplinaridad, la sinergia, y lo del valor añadido. Desde hace tiempo se ha insistido en la necesidad de colaborar con otros departamentos. Ahora parece que no. Esa colaboración, con su “valor añadido”, se ha convertido en déficit o en lujo, a ojos de la administración, que, por lo visto ni se molestó en discutir ese recorte del presupuesto con la directora del programa ni con los colegas que enseñan esos cursos. Claro, al fin y al cabo, ¿qué puede contribuir al bienestar social, o a la economía de Puerto Rico, la reflexión y la investigación sobre el papel cambiante de la mujer en la sociedad puertorriqueña y norteamericana? ¿La violencia doméstica? ¿La desigualdad económica? ¿El lenguaje y las literaturas de los grupos marginados? Son temas en que confluyen varias disciplinas, y es precisamente esa mezcla de perspectivas sobre cuestiones de gran interés para la sociedad lo que apasiona a los estudiantes.

En estos diez años, el Programa ha dado brillantes muestras de lo que puede lograr un modesto programa de Género que administre bien sus limitados recursos. En este caso, los colegas de Río Piedras han mostrado una frugalidad extrema. El presupuesto de $23,000 —escribe una de las profesoras del programa—“debe estar entre los fondos mejor administrados de la Universidad pues con ellos se cubren las compensaciones de las y los docentes que imparten los dos cursos por semestre que ofrece el Programa, los gastos operacionales, una estudiante a jornal, actividades con profesores del Recinto y el Sistema UPR, invitados extranjeros y colaboraciones con actividades afines a las áreas de especialización del Programa organizadas por otros departamentos”. Y tiene razón. $23,000 es lo que se gasta en otros departamentos en papel para las fotocopiadoras. ¿Y así se trata a los que administran con cuidado un presupuesto mínimo?
Como puede verificarse fácilmente en la Red algunos de los eventos organizados por el programa han tenido repercusiones en otras universidades de EE.UU. y en otras partes del mundo. Con un profesorado activísimo en la investigación y dedicado a la enseñanza, el programa ha crecido, atrayendo atención favorable sobre la UPR. Estaban a punto de iniciar un programa de estudios graduados cuando se anunciaron los recortes. No, no fue un “valor añadido”, sino un "valor." Hoy en día, es inconcebible una buena universidad sin un Programa de Género. Es una injusticia— y una necedad— dejar que muera y dejar que se pierda todo lo que se ha hecho hasta ahora.
C.Maurer

viernes, septiembre 10, 2010

RECIEN CASADOS

Deseamos a María José y Javier una larga vida juntos. Felicidades!

lunes, septiembre 06, 2010

Holly Maurer, "Common Grounds"

Queridos, en la familia Maurer hay buenos escritores, y escritoras! Aquí va una reflexión de mi hermana adoptiva (no me gusta lo de cuñada) sobre la tragedia del once de setiembre. Está en inglés. No aconsejo que usen el traductor de google porque no oirían su voz. Sé que muchos de los lectores de este blog son bilingües. Va para vosotros!



Where Flight 93 went down: There's not much to see, but it's a good place to mourn
HOLLY MAURER-KLEIN visits on a stark winter's day.
From THE PISTTBURGH POST GAZZETE
Sunday, September 05, 2010

Windber in February is as cold as it sounds, midway between Somerset and Johnstown in southwestern Pennsylvania. I traveled the two hours there from Pittsburgh on Valentine's Day to see a prospective client, a quiet, middle-aged man in a cardigan sweater who runs a biotech company. We talked about the work, then his son's high school rifle team and his hobbies of hunting and fishing. When I mentioned that I had noticed the signs for the United Flight 93 site on my way and thought of stopping, he nodded. "I live just about a mile and half from there. Not much to see."

He looked down at the papers on his desk and changed the subject. It felt as if a warning light had softly begun blinking, reminding me to tread carefully. When I was younger, I defiantly marched into such danger zones; I am more cautious now.

I was 11 when my mother died. My attempts to talk to my four brothers and father about her death drives them further away, not closer.
At 52, my grief still feels awkward, shameful, like I'm carrying around a big salty vat of water that spills over at inconvenient moments. But the tears are like warm water on ice, carving a shortcut to a place inside myself that is hard to reach by any other route. Sometimes I look for ways to get there.
That may be why, when I started for home on the empty "Flight 93 Memorial Highway" I decided to take the detour, despite some doubts: The sun was sinking in the late afternoon sky; the road was icy; I definitely was wearing the wrong shoes. And I felt a little uncertain about my wish to see the site. Was I intruding, once again, on a private grief?

Tiny blue signs pointed the way, encouraging me. Three more miles on Route 30. Two more on Lambertsville Road. I expected to see billboards, snack shops or some sort of tourist information, but there was only a quiet landscape -- not even a lively gas station, just closed up nurseries and farms, cattle and hemlocks, everything asleep.
A final sharp turn onto Skyline Drive, then the van wheels crunched on the gravel path, silence and snow on either side. An empty pick-up truck was parked at the top of the hill, next to surveyor's equipment. Over the crest, just below: a row of flags, a hut and a parking lot.
With a nod to the two visitors who left as I arrived, I trudged through the snow to the edge of the field, my heart pounding. Wooden benches faced the empty field, too, their seats covered with snow, a passenger's name engraved on each seat back.
Flags snapped over my head. A porta-potty lay on its side, tossed over by the wind. A section of chain link fence rose high above the rows of benches, covered with newspaper articles in plastic, hand-made plaques from local fire companies, veterans' groups and military units.
There were coins and talismans on the posts and on a few stone memorials that were now half-covered by the snow, to let the dead know someone had been here and to make the living feel less alone. There weren't as many pink ribbons and teddy bears as flags and caps. Men had mourned here.
Somehow, it worked. The little gestures were random and haphazard. There were no headphones, no signs, no pictures to tell the story. But I could feel compassion and love, sorrow and hope. It was moving, what people had done to make themselves quietly feel better.
A park ranger in uniform, wearing a puffy jacket and a warm hat with flaps, put down his snow shovel and stood at ease to welcome me to this house on a hill in the middle of this land owned by a coal company.
"Well, hello," I say awkwardly. "Pretty quiet here today?" I fumble for words. In my short coat and high heels, I feel out of place.
"Yes, it's a slow day. It gets this way this time of year. Not like summer." He waited.
"Such a strange place. So peaceful."
"Yes, it sure is."
I read the visitors book while he stands by. Just names of people and places, nothing more.
"It feels good to get warm in here."
"Yup, sure does. It gets pretty toasty."
Another pause.
"Is there any way to tell what happened when you look out there?"
"Well, everything was gone, you know, completely, when the plane landed," he explains. "The field burned. They finally removed all the debris, and the burned trees. The only thing you can see, really, any more, is that line of hemlocks with the bottoms burned off. Since they were exposed after they grew, the bottom of those trees will never grow back. Can you see them?"
I peer out toward the field. I can't see anything.
"And there's that fence. That went up first, to kind of define the area that was off limits. You can just see it if you look closely." He stands a little closer and points over my shoulder. We look together, although I can't see the fence, either, through the murky plastic window of the hut.
He shows me the official cockpit voice recorder transcript in a three-ring binder; the script is hard to understand with lots of "indistinguishable noise" and "unintelligible" notations; you can't really tell much. There's no record of the cell phone conversations that tell the rest of the story of what happened that day.
"Are you here all the time?" I wonder.
"No, just when they need me. Normally there are volunteers. They work two-hour shifts. Local people."
"Really? Volunteers still come?"
"You know how windy this place gets, and how cold -- we're on high ground, you know. For a few years before the Park Service took this over, they stood out there in the cold for two hours; even on Christmas and New Year's. I can't even imagine what that must have been like. Now at least they have a place to stay warm. I help when they can't be here, like now."
I thank him, take one of the brochures neatly stacked on the counter and say good-bye, awkwardly. It is time to re-enter my life, but I am not in a hurry. I want to stay in this place, where reminders of death and destruction are gently disappearing, where the simple ritual of keeping watch and remembering somehow make the horror of that day more bearable.
It seems like some wise part of our psyche is telling us to wait a while, to let the sun and the air in before we bind up the wounds. In the meantime, we do small things that help. Clear away the debris. Build a fence around a field. Let the grass grow. Plans are in the works to build a memorial. He showed me a picture of a walkway and a monument and a row of trees; nothing fancy. But I'm glad I came now.
He follows me out and starts to sweep the snow off the wooden path. Our feet crunch in the crisp, silent air. I give him a wave and climb back into my van, head home to my family, glad to be silent. I feel like I went to a funeral alone and ran into a friend. It feels like mourning. It feels like healing.

Holly Maurer-Klein owns a local employment consulting firm and lives in Squirrel Hill (hmk@hmkassociates.com). She is working on a memoir.

sábado, septiembre 04, 2010

La dama llegó a tierra firme.

El cartero - que "siempre vuelve" - trajo hoy, como si fuera seis de enero, un paquete singular. El papel que lo envolvía era de una textura y color diferente al del papel de aquí, incluso al de España, que ya estoy acostumbrada. Lo más llamativo eran las palabras manuscritas que rodeaban el envoltorio, con letra firme y equilibrada: Zebrechlich! y Fragile! La exclamación, un gracioso triangulo. De la pegatina de la dirección me llamó la atención la "I" de Iglesias. En un rincón de mí está el recuerdo de esa "I".... Amalia la ha reproducido sin saberlo y me llega hoy desde un presente perfecto. En el futuro estos paquetes viajarán por el éter y susurrarán a quién los acaricie "Zebrechlich" y cuando el destinatario lo reciba escuchará la voz de otra Amalia que repite: "zebrechlich, Fragile", o quizás se habrá llegado a tal punto de sofisticación tecnológica que se oirá: Che, tené cuidado que se rompe!!!
Debajo del papel, una cinta negra de precintar abrazaba a una caja blanca; la cinta predicaba en cinco idiomas: "Si la cinta es estropeada, comuníquelo al transportista al recibir la caja". Habrá que perdonar ese verbo "es" que debería ser "está" ya que la condición de 'ser' es permanente; la de estar nos permite comunicarle al transportista si la cinta está intacta o estropeada. La cinta llegó perfectamente ajustada, señal que los de aduanas no abrieron el paquete.
Yo sabía lo que había adentro. Con esmerado cuidado, fui quitando el papel, la cinta; luego abrí la caja y poco a poco fui sacando los plásticos de bolitas de aire de aquí y allá. Apareció la base: un metal rustico y de una elegante sencillez que contrastaría con la delicadeza de la dama y su fino esmalte evocador de piezas milenarias de cerámica china. Allí estaba ella, supe que la llamaría "Mar". Eran grandes las posibilidades de que se hubiera roto durante la travesía: hace unos días pregunté a Amalia que cuándo llegaría, me contestó que seguramente andaría por las Azores. No me tranquilizo nada. Respeto al mar, y mis razones tengo. La dama ha sobrevivido y damos gracias a la fortuna. Ella sabe que está en buenas manos.

Vi a Mar en el escaparate de la tienda de Amalia, No era la primera vez, ya la había admirado en otras ocasiones, pero siempre desde lejos. La boda de mi sobrina se acercaba y nada mejor que una pieza de Amalia para el regalo: 'esa pieza' pensé. Le entregaría la dama a la novia personalmente.
Habría sido más fácil mandarla directamente a Madrid, verdad Amalia? Pero era un gran riesgo el que yo corría. Cómo podía regalarla sin haberla tocado? Y si al tenerla entre mis manos se confirmaba lo que ya sospechaba?: que no podría regalar el objeto deseado, que lo tenía que tener cerca. Y así estoy en estos momentos. Estoy pero no soy así. Pudiera ser que, después de una larga visita - digamos, hasta la primavera? - me tenga que despedir de la dama y asegurarme que, pasada la luna de miel, los novios aprecien la singular belleza de este objeto salido de las manos, de la imaginación de Amalia. Pudiera ser, pero no estoy segura...


Ando con la dama por la casa a ver dónde le gustaría estar. La acabo de dejar al lado de Don Quijote y Sancho y creo que están felices. Amalia, ese Quijote es porteño. Un regalo de Leda. El artista se llama Tito Ingenieri .

WAITING FOR EARL...





Kids teasing the waves that Hurricane Earl was sending to Nauset Beach (East Orleans, Cape Cod) a few days before Earl's arrival. Fortunately, this was a gentle hurricane for the East Coast.

Photos by Luis F. Cifuentes