jueves, mayo 28, 2009

Gil de Biedma: "La Niña Isabel"

A una dama muy joven, separada
Jaime Gil de Biedma

En un año que has estado
casada, pechos hermosos,
amargas encontraste
las flores del matrimonio.

Y una buena mañana
la dulce libertad
elegiste impaciente,
como un escolar.

Hoy vestida de corsario
en los bares se te ve
con seis amantes por banda
--Isabel, niña Isabel—

sobre un taburete erguida,
radiante, despeinada
por un viento sólo tuyo,
presidiendo la farra.

De quién, al fin de una noche,
no te habrás enamorado
por quererte enamorar!
Y todo me lo han contado.

¿No has aprendido, inocente,
que en tercera persona
los bellos sentimientos
son historias peligrosas?

Que la sinceridad
con que te has entregado
no la comprenden ellos,
niña Isabel. Ten cuidado.

Porque estamos en España.
Porque son uno y lo mismo
los memos de tus amantes,
el bestia de tu marido.

Acabar el colegio, perder su virginidad y quedarse embarazada fue todo uno. A los dieciocho años Isabel, Bel para los suyos, se enfrentaba a una realidad con la que ni había soñado. A los diecinueve ya era ‘Señora de…’.

Valor tuvo, en ese momento y en los que siguieron en su corta vida. No le faltarían consejos ni oportunidades para deshacer lo hecho. Rodeada de amigos mayores que ella: “la izquierda divina” catalana, la gauche divine, con nuevas, pero firmes convicciones de libertad en todos los ámbitos – sexual, libertad de expresión, igualdad de sexos, razas y clases… (Dalmau, p.184) Sin duda Bel fue aconsejada , y hasta le habrían facilitado la opción de abortar, de así haberlo querido ella. Pero no lo quiso.

“La casaron”. Y durante unos años lo intentó: con su generosidad e idealismo, intentó ser esposa, madre de tres hijos - que no evitó - cuando todavía ella era una niña... “La Nina Isabel”. Pero “el bestia de [su] marido” no supo percibir lo que quienes la conocían descubrían; y por eso ‘bestia’.

Isabel Gil Moreno dejaría una honda huella en este grupo. Su amigo y amante Juan Marsé la recuerda “ generosa y simpática”. Gimferrer, “de una hermosura imperfecta pero llamativa, con mucha personalidad”. El mismo Gil de Biedma diría de ella: “fue uno de los seres humanos más hermoso que he conocido nunca”. Y otros muchos: " una persona complicada, complicadísima, inteligente, llamativa" . Tanto Bel como su hermana María Antonia, casada con el novelista Luis Goytisolo, fueron inspiración para Colita, la famosa fotógrafa del grupo. Dice de Bel: “Parecía un pájaro salvaje”... “Bel era un cacho tía. Delgada pero superfemenina. Era una pantera negra que corría por ahí. Y un verdadero hombre como Jaime sólo podía desear de ella lo que desearía de una pantera. Domarla”.

Pero el poeta quiso más. Quiso amarla. Y no supo hacerlo.

El poema “La Nina Isabel” viene tras un intento fallido, por parte del poeta, de establecer una relación completa - cuerpos y almas - con su musa. Dalmau, en su libro “Jaime Gil de Biedma” especula que el poema muestra a un hombre frustrado, herido y celoso de los amores donde Isabel encuentra lo que su impotencia sexual no le puede dar. No lo leo así. El tono es de cariño, de padre, herido, pero de padre.

Isabel y Jaime consumarían esta atracción físico-amorosa en 1966 y seguiría durante un tiempo, hasta que él empieza de nuevo a serle infiel con otros hombres. Ella no puede aceptarlo bajo estas condiciones y lo deja.

Bel muere un año después en un trajico accidente de coche. Regresaba de ver a su novio que estaba haciendo la mili en un campamento cercano. Una riada arrastró su coche.

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Nota: He recogido información del libro de Miguel Dalmau, Jaime Gil de Biedma y conversaciones con amigos. En espera estamos de la película, “El cónsul de Sodoma” !Qué haga justicia a sus personajes más allá de lo que implica el título!

http://tinyurl.com/laoyl7

lunes, mayo 11, 2009

UNA VELADA CON GONZALO SOBEJANO EN COLUMBIA UNIVERSITY

La primera vez que oí hablar de Gonzalo Sobejano estaba recién casada y a punto de salir para Philadelphia. Un grupo de amigos de mis tíos - todos murcianos- comentaron que en Filadelfia (me acababa de casar con un filadolfo) vivía un murciano que había sido compañero de instituto y carrera de ellos. “¡Hombre, sí!” dijeron algunos a coro: “Gonzalo Sobejano”. Siguieron a continuación los recuerdos, saludos y noticias que debíamos darle cuando llegáramos.

Mi recién marido iba a estudiar en la Universidad de Pennsylvania, donde Sobejano enseñaba. La conversación se animó con recuerdos cada vez más coloridos e interesantes. Uno del grupo recordó a mi tia Esperanza que “era aquel que te escribía poemas…¿No recuerdas los poemas a la musa rubia?” Mi tía se hacía la tonta. ¿Quién podría olvidar a aquel para quien has sido su ‘musa’? Finalmente dijo, un poco fastidiada: “Nunca me dijo nada”.

Así me enteré que el nuevo profesor de mi marido – y un poco más tarde mío – había estado enamorado de mi adorada tía (una segunda madre para mi).

En otoño, y ya en Philadelphia, durante mi primera visita a su oficina en Penn – entre divertido y tímido – confirmaría que, "efectivamente", había estado enamorado de ella, y que algunos de sus poemas fueron inspirados por esa musa rubia.

Otra vez el azar daba una vuelta de 360 grados en mi vida para ponerme en contacto con quien sería uno de los profesores que más influyera en mis preferencias literarias (no es novedad para los que leen este blog que me habría gustado conocer a Lope) y que reforzaría en mí virtudes como el idealismo, la lealtad, la justicia y - no sé si él lo sabe - la bondad.

El Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Columbia, dirigido por Carlos Alonso, inauguró la noche del 9 de mayo, en la Casa Hispánica, lo que será desde ahora la Biblioteca Gonzalo Sobejano. Después de una modernización y adaptación de la ya hermosa sala, la biblioteca personal de Sobejano -- colección de excepcional valor-- será donada al departamento y ahí permanecerá para disfrute de estudiantes presentes y por venir. Un acto más de la generosidad de nuestro queridísimo amigo y maestro.

El sábado, la sala se llenó. Muchos de pie, durante más de una hora; otros en el pasillo. No todos pudimos hablar. Una gran mayoría mandó correos…

Algunos de los afortunados – Harriet Turner, Christopher Maurer, Mario Valero—pusieron énfasis en la asombrosa precisión de la palabra de Sobejano. Insistió Maurer en la dimensión ética de la escritura de Sobejano y en lo alentador de su confianza en el lenguaje para “descubrir lo propio” y “dar a cada cual lo suyo”. “Para Gonzalo, la palabra justa es un acto de justicia. Hablar bien es obrar bien”. Peter Earle, antiguo colega de la Universidad de Pennsylvania - y profesor de algunos de los que asistimos al acto - con aire de niño travieso, contrastó con humor su propio sitio ínfimo en los rankings de amazon.com, con el valor perenne, lejos de los valores comerciales, de las obras de Sobejano. Joan Brown, de la Universidad de Delaware, le agradeció a su maestro la imparcialidad con que había tratado a los estudiantes masculinos y femeninos en una época en que los profesores de literatura española discriminaban todavía contra la mujer. Otros, el novelista Eduardo Lago, director del Instituto Cervantes de Nueva York, Lía Schwartz, de CUNY—prefirieron hablar de lo que Sobejano había representado en su propia vida. Dijo Schwartz que un artículo de Sobejano sobre el célebre soneto de Quevedo, “’En los claustros del alma...’”, había bastado para abrirle nuevos caminos y había servido de estímulo en su estudio de la poesía amorosa. Recordó Lago sus visitas al primer despacho – ya desaparecido-- de Sobejano en Columbia, y la paciencia del maestro al orientar sus investigaciones sobre Gracián. Maite Zubiaurre, de UCLA, cuya tesis dirigió Sobejano, recordó su asombro—y el de sus compañeros de clase en Columbia—de que a “Sobejano” – “lo voy a llamar así, con perdón, pues así le llamábamos”-- le interesaran no sólo los “clásicos” sino los autores más recientes. Ernesto Estrella, otro estudiante reciente, recordó con humor el derrumbe de su sueño estudiantil de “escribir como Sobejano”. Adam Winkel dio las gracias de parte de los estudiantes graduados actuales de Columbia, y Patricia Grieve, colega de Gonzalo que ha sido “chair”, recordó lo que había supuesto su llegada al departamento.


Con su jubilación, Columbia pierde a uno de los más reconocidos y admirados críticos y estudiosos de la literatura española. Su foto pasará a acompañar a ese grupo de ilustres, cuyas imágenes -en blanco y negro- contrastan con el blanco del pasillo que abre camino a esa nueva biblioteca. Entre ellos: Juan Ramón Jiménez, Federico de Onís, Francisco García Lorca, Miguel de Unamuno, Ana María Barrenechea, Ramón y Cajal… Digna compañía para un maestro de maestros.





Homenaje a Gonzalo Sobejano


Columbia University, 9 de mayo de 2009





Participación de Christopher Maurer

[...] Gonzalo ha pasado aquí dos de los períodos más fructíferos de su vida: primero entre el 63 y el 70, antes de pasar a Pittsburgh, y a la Universidad de Pennsylvania. Volvió en el 86. De modo que han sido un total de casi 30 años los que ha vivido en este departamento [...] En una de sus páginas más recientes, Gonzalo habla de la presencia de Antonio Machado en la poesía de Angel González. “Poetas ambos” – dice—“que siempre llevo conmigo, perennes compañeros en su juicio crítico y en su visión lírica del mundo. Clara fraternidad”. Me conmovieron esas palabras –de un número reciente de Insula-- porque algo así ha sido Gonzalo para muchos de los que estamos aquí. “Clara fraternidad” o clara “paternidad” intelectual. Es el perenne compañero, el que anima y “da bravura”. Es el que llamó Robert Graves “the reader over your shoulder”, pero no el censor al estilo que imagina Graves, sino el lector ideal, siempre benévolo-- en que pensamos sus discípulos a la hora de preparar una clase o expresarnos sobre la literatura. ¿Qué diría, qué escribiría, cómo enseñaría esto Gonzalo? El juicio de ese Gonzalo imaginario, silencioso, a veces severo, nos acompaña no sólo en la lucha con el “rebelde, mezquino idioma” (o con el “rebelde estudiante”!) sino hasta en las situaciones de la vida profesional. Del ejemplo de Gonzalo podemos decir lo que dijo él de la crítica literaria de su querido Clarín: encierra “un mensaje ejemplar, una enseñanza moral, estética e idiomática.” Mensaje ejemplar informado, siempre, por un humorismo compasivo. En su universo crítico, lo bueno no es nunca enemigo de lo mejor.

A Angel Gonzalez le enseñaba Machado – según Gonzalo – cierto escepticismo con respecto a la metáfora ingeniosa. Mejor, a veces, el nombre propio denotativo que la metáfora o la perífrasis. No sé si podría definir con claridad parecida lo que ha sido el ejemplo de Gonzalo, aunque creo que se relaciona con esa lección de propiedad. A mí – y sospecho que a otros muchos de mi generación— su ejemplo implica, entre otras cosas, una operación crítica de excepcional amplitud y plenitud: criticar es intentar definir con precisión el objeto de estudio; relacionarlo con una categoría; definir esa categoría de forma adecuada; describir con precisión y con imaginación el contexto personal e histórico de un autor; ofrecer una valoración de la obra; y, cuando esa valoración es positiva, encontrar nuevos lectores para ese autor, a través del ensayo o la reseña, la traducción, la edición; la conferencia, el seminario. Nadie aprecia ni apoya más que Gonzalo ese aspecto divulgador del hispanismo: el intento de entusiasmar a los demás con lo mejor de la literatura hispánica. “Tiene mucho mérito...” es una frase que le he oído pronunciar cientos de veces, con cariño, y sin retintines, buscando siempre quod decet, lo apropiado, lo que le corresponde a cada uno, consciente de que la tarea, por ejemplo, de un hispanista norteamericano no es la misma que la de un español. Hasta la administración de un departamento, de la que siempre ha huido Gonzalo, es, para él, una locura “muy estimable”! Si sus discípulos lo hemos querido, y hemos querido imitarlo y emularlo es, en parte, porque no quiere que le imitemos; no ha querido nunca formar discípulos a imagen suya. Atención también en esto a lo particular de cada uno.

Me ha gustado siempre recordar la actitud de Gonzalo frente a los discípulos que no mostraban nada de particular. Si no me equivoco, sus seminarios en la Universidad de Pennsylvania – que es donde conocimos a Gonzalo María Estrella y yo-- duraban tres horas. Dos se dedicaban a la exposición suya. Luego, cada estudiante presentaba nerviosamente su “informe”. Se escogía un texto del temario—, Pic-Nic de Arrabal, “Como vemos que un río mansamente...” de Acuña, la “Epístola” de Francisco de Aldana a Arias Montano, una sección de El peregrino en su patria-- el informe se preparaba durante varias semanas, y por fin se leía en clase. Con el rabo del ojo veíamos a un Gonzalo inescrutable, el dios Exégesis, oculto, como The Wizard of Oz, tras una nube de humo, que guardaba silencio, ajustaba las gafas, tomaba apuntes, se movía en el asiento, y a veces se enrojecía. En el peor de los casos pasaba de “rosa y de azucena” al rojo vivo. Luego, acto seguido, el juicio. Cuando el informe había sido malo, y el juicio tenía que ser negativo nos preguntábamos todos cómo iba a salir del paso.

“Desde luego” – empezaba-- “usted no ha escatimado esfuerzos en reunir datos sobre este tema. Y esto me parece muy meritorio. ¿Pero no cree Ud. que...” y así seguía. La crítica se insinuaba así, en tono interrogativo, y Gonzalo, como un contorsionista que decía le verdad sin herir... En mis cuadernos apunté, con admiración, algunas de esas frases valorativas.
Ese afán por valorar correctamente puede observarse en todo lo que hace, no sólo en su discurso crítico sino en todo lo demás, hasta las notas que envía cuando da las gracias por las separatas que le enviamos—las lee, nos las agradece con unas palabras que definen de manera exacta lo que hemos intentado hacer!-- hasta sus cartas de recomendación, que rehuyen la exageración y buscan la palabra exacta que describa-- que defina-- al recomendado. "Pérez es un estudiante aventajado que...." Esas cartas, por su precisión, eran el "gold standard" de nuestra profesión.
Lo más noble de Gonzalo ha sido siempre, ese prodigioso esfuerzo por definir con precisión. Definir a autores y fenómenos literarios, géneros y subgéneros, estilos, períodos históricos... esfuerzo por oír y definir lo peculiar—la voz del individuo—dentro de lo colectivo o lo genérico, lo convencional. Ese vaivén entre lo abstracto y lo particular, entre la norma y la diferencia, nace de una confianza – rarísima en nuestros días-- en la suficiencia y en la precisión del lenguaje, y el lenguaje español en particular: confianza en lo recuperable del pasado a través de la palabra, y en la unicidad del individuo, “el individuo – escribe—que todos y cada uno inevitablemente somos”.

¿A quién no conmueve esa confianza? Para Gonzalo la lengua ni es "rebelde", ni es "mezquina"; siempre responde (¡quizás porque la trata tan bién!). Su obra supone que el lenguaje—fenómeno colectivo— sirve perfectamente para definir lo propio, lo característico, lo peculiar de cada persona o cosa; que puede “dar a cada cual lo suyo”. Tiene todo esto una dimensión ética: en la obra de Gonzalo buscar la palabra justa es un acto de justicia. Hablar bien es obrar bien.

Pero he hablado demasiado. Y ese lector silencioso, entusiasta de Quevedo y de Gracián y de Machado me está diciendo que me calle; que "más obran quintaesencias que fárragos". Lo esencial, pues. Gonzalo: Te admiramos, te queremos, te acompañamos en este sitio tan lleno de sentido y de pasado, en esta tarde tan especial para todos.





Jubilación de G. Sobejano : Nora Glickman


En 1987 volví a encontrarme con Gonzalo y con Helga, luego de 15 años durante los cuales Gonzalo había estado enseñando en Stonybrook, en Pittsburgh y en la Univ. de Pennsylvania. Durante una fiesta, al verlo entrar, alguien me preguntó quién era ese señor. Sin pensarlo ni un momento le dije: “Ese es el mejor profesor que tuve en toda mi vida” (y tuve muchos). Pasados otros 25 años, hasta hoy día lo repito con mayor convicción y certeza que nunca: Gonzalo, eres el mejor profesor que he tenido.

Ese mismo año, luego de tan larga ausencia de Nueva York, hice una reunión en mi casa para agasajar a los Sobejano y celebrar su regreso a Columbia. Invité a sus antiguos estudiantes, algunos de ellos aquí presentes esta tarde. Antes de despedirnos nos sacamos varias fotos, que planeamos con mucho esmero. Como suele sucederme, no logré revelarlas porque se me dañó el rollo.

Le escribí a Gonzalo para comunicarle mi frustración y él me contestó que no debía preocuparme porque al no tener las fotos para documentar aquel encuentro, teníamos que depender de la memoria, cada uno con su propia versión, y que la nuestra, me aseguraba, duraría mucho más que cualquier fotografía.

Mi fortuna es que a partir de entonces nos hemos hecho muy amigos y que nunca he dejado de ser su estudiante; y hasta hoy día, mientras conversamos, a veces me veo tomando notas...
Admiro su vasta cultura, sus juicios siempre generosos (pienso que le quedaría mejor ser llamado “apreciador literario”, que no “crítico”); su agudísima percepción en la lectura, y en especial su curiosidad sobre autores nuevos: Gonzalo ya mostraba un entusiasmo contagioso por las novelas de Roberto Bolaño y las de Vila Matas y las de Juan Eduardo Zúñiga mucho antes de que se hicieran famosos. En su escritorio se acumulan libros de autores ansiosos de oír su opinión y comentarios…que él diligentemente lee y responde por carta y escribe a pluma en elegantísima caligrafía.
Gonzalo me ha enseñado a encontrar la poesía en la prosa, a valorar la lectura minuciosa de un texto y en especial a destilar la esencia de cada obra; no sólo qué pensar de la literatura, sino cómo pensar en ella. Lamento que Gonzalo no sepa cantar, pero la prosa de sus ensayos y la de sus versos nos invita a oír su voz interior, lo que él llama “la música del alma.”

Gonzalo, todos ustedes saben, no sólo vive de la literatura, sino que vive su vida a través de la literatura, porque es allí donde encuentra la síntesis de ambas. ¿Quieren saber cómo era Oviedo (es decir, La Vetusta) en el siglo XIX? Pues la mejor guía de esa ciudad se encuentra en un ensayo de Gonzalo sobre La Regenta cuando sigue las caminatas de Clarín por esa ciudad al escribir su novela. ¿Quieren cocinar el mejor gazpacho? Entonces sigan la receta de Max Aub en una de sus novelas sobre los Campos, para el gazpacho, y le añadirán almendras blancas para mejorar el gusto; aprenderán a hacer el arroz con menudillos que prepara la Fortunata de Galdós; y se beneficiarán de los consejos gastronómicos del novelista Manuel Vázquez Montalbán para una exquisita tortilla francesa que pone más preponderancia sobre las hierbas provenzales que la condimentan, que sobre los huevos o la cebolla. O si quieren saber más sobre los efectos de la aspirina, los encontrarán en tal o cual novela de Galdós, aunque entonces todavía se la llamaba antipirina (de piro, o fuego, para bajar la fiebre)… Y así, nos Gonzalo asombra con sus datos minuciosos sobre geografía, historia, arquitectura o arte, que deriva de las novelas.

A otras personas que se jubilan se les podría desear un merecido descanso luego de años de trabajo largo y duro; pero si a uno de ustedes se le ocurriera desearle tal descanso a Gonzalo, les doy un consejo: ¡Ni lo piensen!

Gonzalo, te deseamos muchos más años de vida creativa y productiva; nos queda tanto por aprender.

Nora Glickman
Queens College and the Graduate Center, CUNY


Jubilación de Gonzalo Sobejano


Querido Gonzalo: ¡Cuánto gusto me ha dado verte y de que hayas conocido a mi hija! Y de ver a tantos compañer@s de tantos años y de contemplar la admiración, el cariño y la memoria consistentemente reverencial de tantos discípul@s, colegas y amigos.

Sólo he echado de menos, un poco más de espontaneidad, tanto papel leído en un día en el que te merecías quizás más la palabra afectuosa y espontánea desde el instante del corazón, de los sentidos y de los recuerdos, desde el epicentro de la poesía de tu labor para con todos nosotros, ésa que siempre has escrito pero de la que nunca has alardeado, como de nada.

A mí me hubiera gustado compartir con todos este recuerdo en particular, de los muchos que se atesoran en en el fondo de mi aprecio. Seguro que te acordarás de aquel día en que al llegar a clase, -- que eran oficialmente de dos horas en Penn, no de tres como ha dicho Christopher, pero que tú convertías en tres y más sin que nadie reclamara el tiempo --. te condujimos al salón de conferencias del cuarto piso, creo recordar que había dos en aquel nivel de los despachos de los ayudantes donde los catedráticos y otra gente "importante" del quinto casi nunca pisaban. El motivo era que te habían concedido un premio a la excelencia lectiva, creo que propuesto por nosotros, y te dejaste conducir con cierta aire intrigado hacia lo que en verdad desconocías.

Yo creo que era la primera vez que habíamos osado sacar los pies del tiesto. Sobre ti circulaban todo tipo de rumores celestiales: desde que no dormías y por eso eras capaz de absorber todo aquel conocimiento, hasta de que tu cabeza contenía toda la literatura española y otras en riguroso orden cronológico, una enciclopedia de Babel viviente e itinerante y no sé cuantos bulos más que la admiración y tu distante aunque cordial actitud fomentaba entre nosotros. En fin que se nos había ocurrido homenajearte por aquella distincción y creo que Cristopher y yo decidimos ponernos manos a la obra, y subplantarte él y yo meterme

en la piel de un insensato discípulo que presentaría un desatinado y disparatado informe sobre el soneto de Quevedo "Yo te untaré las barbas con tocino gongorilla" (pieza la mía traspapelada, pero fundamental claro, para alguna próxima tesis). Christopher ya se había estudiado, glosado y clasificado admirablemente tus coletillas críticas, los tiempos de pausa, silencio y expectante admonición y hasta ya recogía un cierto aire sobejanil (hoy ha confirmado que es en lo físico y en lo gestual el más adaptado a subplantarte ahora que has decidido no pisar la Casa Hispánica sino esporádicamente para ver si algunas de las baratijas y de los volúmenes de relleno han sido retirados para dar pasos a los de tu preciosa biblioteca). Y yo me inventé entonces un alocado pastiche, -- a lo mejor no difería mucho de lo que en la seriedad escribía--, y entre las risas de los compañeros, los severos rictus de Maurer en carne de Sobejano y tu mirada ahora risueña que asistía como otro estudiante más a aquel sencillo homenaje, pasamos un rato poco académico pero agradable y distendido, que tú agradeciste con tu habitual pausa, mesura, cordialidad y maestría, dándonos de nuevo alguna clave sobre aquellas parodias de celebración anual en las universidades germanas, y sobre lo que debíamos hacer en un futuro profesional cercano en las aulas y fuera de ellas. Aquel día dejamos aparcado un poco al adusto y preciso Sobejano y empezamos a adentrarnos por la senda del afable y socarrón Gonzalo.

Cuál sería mi sorpresa cuando días después en un sobre perfectamente cerrado y con tu pulcra letra, misivas que uno abría con la emoción de lo distinto y con la palpitación del tesoro o la expectación de la glosa profesoral en su justa medida, me encontré con una separata sobre bernardinas (desconocía el género) y otros pastiches del siglo de oro, en la que me comunicabas también que aquella paródica prueba la había superado con cierta elegancia y sobre todo en la que confirmabas la certeza del rumor, fiat lux: no había tema ni divino ni humano sobre el que no hubieras hecho alguna pesquisa y publicación al uso. En fin que la ficción confirmaba la realidad y eso explicaba, en parte, tu admiración por la literatura de complejo armazón de espejos, de la que naturalmente nos habias dado una inolvidable muestra a través de un seminario sobre Cervantes.

Como sabes, la amistad con que honraste la de mis padres, me permitió a través de los años, continuar su recuerdo, en parte a través de ti en la lejanía pero siempre gracias a los afectos de la memoria. Habías sido un padre académico inigualable y habías dulcificado la severa pero dedicadísima labor de los míos, sobre todo la del exigente catedrático de economía, del que precisamente un gran amigo del padrino de Anaïs, el fino pintor y poeta sanroqueño, Juan Gómez Macías, se había distinguido en imitar dentro de aquella vetusta Facultad de Derecho de la Universidad Central, hasta que un día lo sorprendió sobre la tarima personificándolo, lo cual no le valió ninguna reprobación particular, excepto la de "cuando haya terminado, bájese de ahí y vuelva a su sitio". Aquel día tú tampoco nos descabalgaste, al contrario, aguantaste el chaparrón como lo has hecho hoy con encomiable entereza y generosidad.

Porque nos legaste dos lecciones, creo yo, entre tantas otras: la de que la vanidad es un nefando obstáculo para la independencia y que ésta sólo gobierna la república de algunos sabios, lejos de los dimes y diretes, que siempre han distinguido entre la paja y el grano, entre lo sencillo pero profundo y lo alambicado pero romo.Tú escalastes ambas cimas y desde ellas nos has guiado con tu encomiable vocación y entrega sin tener mala voluntad hacia nadie, como bien lo has señalado hoy, aspirando a personificar siempre la palabra buena de tu admirado Antonio Machado. En un par de semanas, recorreré a pie con particular emoción junto a un grupo de hijos y nietos de republicanos españoles de Francia, parte de la ruta entre Port Bou y Collioure que debió hacer don Antonio; así visitaremos, por primera vez yo, el cementerio de Collioure, y nos cruzaremos con el recuerdo y el camino de otro ilustre exiliado, Walter Benjamin, que llegó a Port Bou por la clandestinidad de la montaña para suicidarse en la sordidez de una pensión que olía a delación y miedo, entre la barbarie que siempre puede acechar tras cualquier acto de cultura, como trágicamente lo anticipó aquél.

Para mí esa ha sido tu mayor contribución a mi educación, más allá de toda tu inalcanzable y perenne sabiduría: el ejemplo de tu bondad donde nunca ha aparecido el resquemor y que yo mismo he intentado transmitir, no sin dificultades, a mi hija Anaïs en la tradición del abuelo que no conoció pero sí de la abuela de la que ha guardado tal memoria que se ha tatuado en el cuello en un lugar secreto su apodo: "yaya", y en un país que he terminado por reconocer sus bondades tan ciertas como las de origen. Por eso, el inmenso placer de haber podido compartir contigo estas horas, que la suerte de este viaje desde España me ha concedido. En una palabra, volver a la raíz de lo que somos porque lo fuimos a través de aquéllos que nos marcaron y que nos distinguieron con tanta sensata lección, ejemplo y obra. Y la emoción de que lo/te haya escuchado Anaïs, garantizando así su continuidad y vislumbrando al abuelo que no conoció. Todo ello, lejos de la mala voluntad por parte de esos universitarios que operan en nuestra tierra, la que Cernuda no reconocía, como si mandaran todavía sobre La Raya de Los Santos Inocentes de tu admirado Delibes, con el que también mi padre había compartido algunos ratos. Ésos que habrían intentado hacer de tu labor pasto de sus envidias e insatisfacciones y que gracias a la autonomía de estas magníficas instituciones de aquí has podido cultivar sin grandes sobresaltos. España y su universidad siguen todavía pagando en su endogamia la sangría de la Guerra Civil y su legado, y los que tocamos estas costas, hemos tenido la fortuna de beneficiarnos de todo lo que ellos perdieron.
Ya sabes que tengo además la suerte de compartir con Hernán (su abrazo y admiración) tantos conocimientos y recuerdos y que en tu ejemplo intentamos mirarnos a la par para poder guiarnos sin zozobra por el a veces proceloso mar del envoltorio académico y de todas estas tecnologías que pueden liberar pero como bien has dicho, también encadenan y distraen del camino espiritual.

En fin amigo y maestro Gonzalo y Sobejano: el cariño de éste que te quiere sinceramente y que te desea muchos años de felicidad en tu nueva vuelta del camino. Y basta según glosaste sobre "Nocturno yanqui" del admirado Cernuda: "Mata la luz y a la cama".
José María


Recuerdo de Helia Betancourt

Hoy, abro mi correo y sorpresivamente encuentro una breve nota de una antigua compañera de Penn: ¿Leíste el comentario de Estrella sobre Sobejano? Me sorprendió lo lacónico del mensaje; pero como en la constelación de recuerdos de aquella época, sólo había una “estrella”, inmediatamente busqué el “Blog de Chiqui” y allí, como esperaba, se develó el misterio.

Leí con especial atención tu detallada crónica del homenaje y las palabras de Christopher y de José María. Ellas me llevaron de nuevo a aquel momento en que todos los compañeros nos unimos para postular el nombre de nuestro querido maestro Gonzalo Sobejano, al premio que la Universidad de Pennsylvania otorgaba al profesor más distinguido del año. Más allá de la anécdota de aquella divertida representación que reseña con vívidos detalles Chema, (una compañera--no recuerdo ahora su nombre-- y yo, hicimos el papelón de sacarlo de su oficina, llevarlo al cuarto piso con cuantas disparatadas e incoherentes mentiras se nos ocurrían, mientras Sobejano escuchaba con cierta desconfianza y estupor aquellos extraños relatos; luego, ya en el salón, nos convertimos en “ángeles mensajeros” que le comunicamos la noticia del premio!”) , más allá, de que todos los compañeros rompimos el protocolo “académicamente correcto”, lo cierto es que, por primera vez, aquel heterogéneo grupo de estudiantes, con intereses y criterios diversos, al que nada ni nadie parecía poner enteramente de acuerdo, se unió en inusitada complicidad para agradecerle al maestro. En aquel momento, todos suscribimos la recomendación, todos nos unimos y todos fuimos en verdad compañeros. Fue un momento hermoso que, únicamente el ejemplo de un maestro como Gonzalo Sobejano, pudo propiciar.


Me regocija la noticia de que, además de ese espacio de agradecimiento que todos los que fuimos sus alumnos llevamos dentro, como reconocimiento a su destacada trayectoria, también exista un lugar en el que los futuros estudiantes, a través de de las diversas lecturas de su biblioteca, puedan compartir ese espíritu y esa inquietud que marcó el camino de los que tuvimos la suerte de compartir sus enseñanzas. Me regocija, que tanto tú, como Christopher y José María y todos los compañeros que asistieron al homenaje, hayan recogido el sentir de sus discípulos. Que también sea esta una manera de hacernos presentes en el homenaje a un maestro al que siempre tendremos presente. Helia

Nota: Helia es antigua colaboradora en nuestro blog.






“LaEdad de Oro” . Oreida Chú-Pund

Muy estimado profesor Sobejano:
Constantemente me preguntaba, ¿Cómo es posible que un Maestro como Gonzalo Sobejano con frecuencia diga: "No estoy seguro...", y, "Quizás esté equivocado..."? Estos y otros comentarios suyos, que me resultaban en un principio inexplicables, sobre todo de los labios de una persona que considerábamos una suerte de enciclopedia andante, para mí carecían de sentido.
Con el tiempo, conforme lo fui conociendo durante los años en que fue mi profesor, me di cuenta de que, además de ser un excelente crítico literario, poeta, y un hombre de gran sensibilidad artística y humana, su característica más notable era su sentido de humildad.

Su espíritu de justicia, su ética, su caballerosidad hasta en los más pequeños detalles, al igual que su natural talento para la enseñanza y su generosa actitud hacia los estudiantes, nos llevó a nominarlo al premio como profesor distinguido de la Universidad de Pennsylvania. Supongo que el comité que recibía las nominaciones, quedó asombrado al constatar que todos los estudiantes de la facultad, sin excepción, suscribieran una recomendación tan convincente y tan unánime.

Días después de ese homenaje, el maestro Sobejano con su característica humildad, se dio a la tarea de llamar a cada uno de los estudiantes del departamento para invitarnos a compartir con él una velada en su casa. Fue una tarde muy especial, nos abrió las puertas y para cada uno de sus alumnos tuvo una atención cálida que hizo que nos sintiéramos, en verdad, en casa. La ocasión también nos brindó la oportunidad de curiosear la “famosa biblioteca” del profesor y recrearnos con los magníficos cuadros que colgaban en las paredes, algunos, según recuerdo, obra de su abuelo paterno.

Esos momentos son parte de toda una época que todos considerábamos “La Edad de Oro” del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Pennsylvania. Fuimos privilegiados de ser parte de ella y de tener maestros como Gonzalo Sobejano, Peter Earle, Paul Lloyd, Rusell P. Sebold y Samuel G. Armistead.

Las enseñanzas del maestro Sobejano siempre me han acompañado y siempre me acompañarán. No queriendo sobrepasarme, finalizo reflexionando que, apesar de que el famoso cenicero con la letra "S" - que le regalé - no lo estimuló para dejar de fumar, sí inició una relación amistosa entre el Maestro y su estudiante, relación incomparable que ha perdurado a través de los años y que tengo en gran estima.

¡Felicitaciones por este nuevo homenaje! ¡Enhorabuena! Y aunque no estuve físicamente en la actividad, también lo tengo presente de muchas maneras.

Oreida Chú-Pund




Gonzalo Sobejano, “La Real Cosa”




Tomar un curso con Gonzalo Sobejano me cambió la vida. Conocerlo a fondo y compartir unas que otras colaboraciones académicas, me la enriqueció en formas sutiles y sublimes.

En 1963, llegué a Nueva York de México fresco, ingenuo, y más o menos un vato loco Spanglish para chambear. Trabajaba fuerte yo comenzando a los once años y ya con mi flamante licencia de la Universidad de las Américas en mano, ahora sí, buena lana en el antro supremo del coloso del norte (gracias, José Martí). Caí, fresco e ingenuo en el departamento de parques de la ciudad de Nueva York de “recreation leader”, haciendo de árbitro de béis y de fut en un parque en Queens donde se había formado Henry Miller. El empleo no fue exactamente la culminación de mis anhelos.

Para mi el trabajo siempre era físico y trabajando duro y sudando, a la vez me lo pasaba muy bien en lecturas de toda suerte, muy desordenadas, y de ensueños e ilusiones a la par.

Me había especializado en filosofía en la Universidad de las Américas (en ese entonces en la D.F. sobre la carretera a Toluca), y además del empleo, se me ocurrió tomar un curso en Columbia. En el verano de 1963 asistí a un tal Philosophy of Evil. “Un mal supremo, la causa de todo el mal, es una imposibilidad absoluta, porque el mal no es nada sino una privación de ser; si, entonces, existiera cualquier mal absoluto, sería una privación de todos que son, y por lo tanto sería una nada absoluta.” ¡Ay bendito! Líbrame del aburrimiento y la abulia de la filosofía del mal. Qué cosa más enmarañada en el sofismo del tomismo.

Desengañado de los filósofos Columbianos, decidí tomar otro curso el otoño de 1963 pero en otro campo, con una dimensión nueva. No sabía yo nada de nadie y de pura chiripada me topé con Gonzalo Sobejano que justamente había llegado de Alemania para integrarse al departamento de Español y Portugués. En su curso sobre el teatro caí como un paracaidista o quizá como un sonetista de repente. Fue una de esas experiencias transmogrificadoras, despertar una mañana como una cucaracha pasándola de maravillas en el techo de una biblioteca. Pues, Gonzalo, con tu presencia como modelo por primera vez supe armar las consideraciones intelectuales o fantasmagóricas con una carrera profesional. And the rest was history.

¡Pero qué linda historia! Y ahí va de cuento.

Bueno, Nora Glickman, Karen Van Hooft, Gonzalo y yo cada vez que pasamos por la New York City, nos juntamos para rememorar y a la vez sorpresivamente descubrir lo que nunca sabíamos antes. Hace menos de un año supe de tu boca las experiencias becquerianas y sobejanas de tu juventud con la rubia musa que tan bien las ha expuesto Estrella, y sin duda porque eso se manifestó con tus interacciones con Estrella y Christopher.

Te confieso que en esos años de los 60 cuando ni la máquina de escribir electrónica (IBM) no se había impuesto mayormente menos la avanzada tecnología de la búsqueda de información, pasé la gota gorda buscando por todas partes tu Eco en lo vacío de lo cual nunca te referías pero por un azar académico me enteré de su existencia. Fue, creo, indicación de tu noble humildad e impecable profesionalismo que en ninguna ocasión mencionaste tu lado creativo. Pero ahora sí que sí, en algún restaurante cómodo o en tu apartamento los cuatro jinetes—Nora, Karen, Gonzalo, Gary—lo discutimos todo con la libertad y rica selección de toda una vida experimentada. Y ya sabes lo que me encanta tu poema sobre el caballo de Troya, departiendo del famoso y fastuoso Riverside Church, copia inerte y desierta de Chartres. ¿Y recuerdas los días cuando los cuates (bueno tú los llamas mellizos) los trajimos la Mary y yo al campus de Berkeley cuanda estabas estacionado allí por un semestre de visiting? Y lo pasamos retebien Helga y tú, Mary y yo y el Thomas y Shawn corriendo con sus patitas recién entrenadas, divagando, divagando por el camino. Ellos sí que eran caminantes que con sus arranques peripatéticos crearon su propio camino. ¡Que gusto nos va a dar todos publicar algunos de tus poemas en la Bilingual!

Ay, y publicaciones, ese proyecto tan entretenido de compilar y editar, Cuentos españoles concertados: De Clarín a Benet (Harcourt Brace, 1975) con la aportación de notas y glosas de Karen S. Van Hooft. 1975, wow. Pasan los años y todavía aparece algún fulano o zutano que me pregunta que quiere decir eso de “concertados.” Lo que antes me causaba molestia, ahora es una nostalgia dulce y consolador.

Y ahora, las nuevas aventuras. La primera salida de Gonzalo Sobejano a Tempe, Arizona para dictar un trabajo sobre aventureros, guerrilleros, y bandidos generosos, sobre todo en el Quixote. Para 2010 lo publicamos en un libro titulado, Good Bandits, Warrior Women, and Revolutionaries in Hispanic Culture.

Cuando se cultiva una colaboración extensa, una amistad prolongada, ocurren cosas. Sorpresivamente (para mi que desconozco Murcia), encontraste el terreno de nuestra parte de Arizona recordativo de tu patria chica. Y concertamos (sí que pude meter la palabrita) si fuera posible, me conducirías por la tierra natal de Murcia donde voy a poder apreciar con más intensidad tu formación y la presencia de tu padre, Andrés Sobejano Alcayna, por quien Dios sobrevuela este mundo, y tu abuelo, José María Sobejano, el ilustre y reconocido pintor de cuadros enfáticamente murcianos.

Christopher Maurer hizo unas reflexiones bellas y acertadas sobre la naturaleza de Gonzalo Sobejano, y entre lo que hizo hincapié fue la humildad pedagógica de Gonzalo en la aula de clase pero nunca al extremo de subvertir la lección de una crítica acertada. Para Gonzalo ha sido una forma de vida mirar, ordenar, y explicar el mundo y la cultura con esa humildad perfecta que sabe distinguir entre el sardonismo o sarcasmo, llamémosla quevedesca y la ironía bien intencionada, con gracia y matices de humor, y de intención instructiva, no demoledora.

En todos los cursos que tomé en los 60 con el ilustre profesor, jamás vi incidente alguno, y había algunos donde una sacudida fuerte hubiera sido justificada, en donde Don Gonzalo hizo que alguno de los estudiantes sintiera diminuido en su ánimo. Y yo asistí a muchos cursos, panorámicos como la novela del siglo XX o la poesía del Siglo de Oro, o monográficas como sobre Baltasar Gracián o El Libro de Buen Amor. Confieso que el curso que todavía conservo más viva en la memoria fue del Arcipreste de Hita. Una clase en la misma Casa Hispánica, íntima y apasionada, ambos, estudiantes y su profesor. ¡Todas esas formas de amor que pertenecen a la condición humana! El loco amor, el buen amor, el eros calentador con una serrana, el amor a Dios y el amor de Dios. Y la alentadora finalidad en cuanto a la jerarquía moral de estos tipos de amor. Roma locuta, causa finita.

Creo que en esa clase tan íntima y selecta donde tuvimos la oportunidad gloriosa de detenernos línea por línea en algunas partes tan reveladoras, que como se transustanció el amor al sujeto, al texto, al profesor por los estudiantes y del profesor a sus estudiantes. Allí mi modelo ejemplar para una carrera por toda la vida repasando humildemente y detenidamente, con completo dominio y autoridad, todas las formas de amor humana y divina y revelándolas en un texto medieval no fácilmente accesible.

Los griegos distinguen entre eros, el amor sexual, philia, el amor fraternal o generalmente no-sexual, y por último, ágape, la forma más pura, supremamente intenso y totalmente liberada de cualquier interés o agenda personal. Cuando en 1 San Juan 4:8 se dice que “Dios es el amor” el Evangelio en griego usa el termino ágape. C. S. Lewis, en su libro The Four Loves, describe ágape como la forma más alta del amor conocida por la humanidad, un amor desinteresada y apasionadamente comprometida al bienestar del ajeno. Gracias, Maestro Sobejano por la lección. Magíster dixit.





martes, mayo 05, 2009

For Sale: El Molí del Salt. Poblet -Tarragona



La visita a mis amigos Elvira y Luis merece un cierto ‘mimo’ que no siempre doy a las entradas de este blog.

En tierras desconocidas acabó este año mi viaje a España: raro, para alguien que nunca vivió en la península más de tres años en el mismo sitio antes de desterrarse a territorio Yankee.

El trayecto en coche, desde la estación a Vimbodi-Poblet (Tarragona) con un conductor a lo Steve McQueen y buena conversación, no me distrajeron un ápice del paisaje.

Después de los tristes Monegros, por los que corría el Ave más a prisa que nunca, me encuentro en una autopista cercada de verdes y escalonadas montañas, cambiantes nubes entre limpios azules, y colores juguetones que tiritan en la fresca mañana de abril. A la falda de estas montañas, miles de soldados enanos guardan esta belleza: inmóviles, graciosamente en líneas verticales...u horizontales--según la perspectiva del que los observa--extendidos sus brazos. Mi querido amigo, que seguro se está pasando el límite de velocidad, me aclara que son viñedos. Nunca había visto tantos juntos, ni desnudos; quizás por eso la novedad para mí: esa morena desnudez aquí y allá; erectos, en armoniosa disciplina… Me sugieren una escultura que sólo la naturaleza podría haber creado.
Los carteles de “Torres” y “Codorníu” empiezan a aparecer. Ya nunca veré una botella de vino, con el torito colgando, sin pensar en este paisaje. Es más, la compraré!

Tranquilizante ver que, entre todo este campo trabajado por el hombre de nuestro tiempo, aparezcan con frecuencia ruinas romanas: lo que fueron conventos, murallas, castillos, algunos de ellos restaurados. Antiguas masías o edificios, en un tiempo humildes molinos o albergues de producción manual (el Teular: donde se fabricaban tejas) se hallan convertidos ahora en hermosos paraderos, restaurantes y casas particulares de apacible retiro. Todos a una distancia arropada por la naturaleza pero lo suficientemente cercana para cualquier buen andador, como Elvira.

Y siempre, a la vista, el Monasterio de Poblet.

Llegamos al Teular donde Elvi nos recibe en la cocina experimentando con uno de sus improvisados guisos. No seguiré. Este mágico sitio tiene su rincón en mi memoria y por tanto lo tendrá en el blog algún día.

La tarde se nos avecinó con amenazantes nubarrones. No le di mucha importancia, ya bien absorta estaba con todo lo que me rodeaba. Llovió, tronó y centelleó toda la noche. Los dioses no estaban contentos con mi llegada.
Por la mañana, con una luz cegadora, nos dirigimos al Molino (Molí del Salt) para asegurarnos que la naturaleza no había traspasado sus límites. Los había respetado. Pero había dejado tras si una señal de su poder. Un espectáculo para que yo, y los inquilinos que ese fin de semana ocupaban el Molino, nos recreáramos en ella… un show, dicho en términos paganos. El Salto, que apaciblemente arrulla el entorno, se hacía notar hoy con el rugir de la abundancia de agua que llevaba…agua del color de la tierra que por allí se da. El color del Molino. La gente del pueblo, al otro lado, sabía que no se podía perder el momento. Los inquilinos de turno se sentían afortunados por haber disfrutado de algo singular; Elvira, y yo paseábamos por allí embelesadas no sólo por el torrente de agua sino por los cambios de colores, olores y el comportamiento de la gran familia de Koi que habita el estanque (El Poeta, El Emperador…y las nuevas generaciones que les siguen) Fue entonces cuando supe que el Molí del Salt
SE VENDE”. De hecho ya tiene un par de pretendientes, Sus dueños quieren asegurarse que el entorno sea respetado.

Mi imaginación empezó a galopar.

El edificio tiene cuatro apartamentos con entradas independientes. La construcción de primera calidad en sus materiales y la decoración de exquisito gusto y sencillez. Las vistas, desde cualquiera de los apartamentos, ofrecen la naturaleza en estado cambiante y los cuidados y hermosos jardines, estanque, piscina, pérgolas, fuentes…

Hoy despierto en un nublado Boston, mi escritorio lleno de sobres sin abrir… recibos por pagar, varios mensajes de telefono sobre piezas de joyeria que necesitan reajustes y cambios… Me acuerdo del Teular. Recuerdo el Molino.

¿No sería estupendo reunir un grupo de amigos donde poder retirarse parte del año…? El resto hasta lo podríamos alquilar, como hacen ahora. Alguien me daría una hipoteca? (under the counter…) Ya les propuse hace unas semanas que compráramos algo en Portugal… Para los que no les atraiga la playa y les fastidie la arena entre los dedos, we’ll always have… el Molino!


Páginas web del molino:

http://www.molidelsalt.com/

http://tinyurl.com/cojwpv